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SENTADO ALEGRE EN LA POPA
FERNANDO SANCHEZ DRAGO
Editorial: Planeta Fecha de publicación: 31/12/2004(Fuera de colección)
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(Fuera de colección)
Biblioteca J. J. Benítez
NF NOVELA / RELATOS
En El sendero de la mano izquierda, Fernando Sánchez Dragó dicta su primer testamento vital -muy vital- , aunque forzosamente provisional, porque el viaje de su existencia aún no ha terminado. El autor resume su personalísima filosofía -el arte de vivir (y también el de morir)- en ciento ochenta y un preceptos basados en el sentido común, en la cultura y, sobre todo, en la experiencia. Lo que aquí se nos brinda es u código de conducta subversivo, nietzscheano, pagano, más oriental que occidental, liberador, heterodoxo y radicalmente opuesto al discurso de la modernidad. Algunos de sus mandamientos no necesitan de explicación alguna; otros van acompañados e ilustrados por sugerentes estampas poéticas, filosóficas y narrativas.
Un calendario espiritual, un juego -el vichâra- y un utilísimo diálogo sobre el elixir de la eterna juventud completan la obra, sometida en su conjunto a una sola condición: la de que el lector ponga en duda cuanto se le dice, pues no es el principio de autoridad, sino los de libertad y autogobierno, los que la animan. El resultado es una sorprendente invitación a la ética, a la sabiduría y, por ello, a la felicidad.
Una reflexión ético-religiosa sobre este fin de milenio de interés para todo aquel que sienta cualquier tipo de inquietud espiritual.
«¡Ultreya! Ése era el grito que lanzaban los peregrinos medievales al avistar las torres de la catedral compostelana desde la cúspide del cerro de Triacastela. Vale decir: no bastaba la ruta recorrida, no se conformaban los peregrinos con lo hecho, con lo ganado a pulso y a golpe de caminata y de piojos, ni con lo que la ciudad desplegada a sus pies les ofrecía. Tenían que ir más allá... Más allá de la indulgencia plenaria, más allá del jubileo (cuando había lugar a él), más allá del merecido descanso, más allá del horizonte dibujado por las cúpulas, cimborrios, chapiteles, atalayas y espadañas del enclave urbano más hermoso de la cristiandad ibérica."
Justamente eso, lector amigo, es lo que en este instante te propongo, lo que —sólo si te parece, si lo tienes a bien, si te tienta la aventura, si no te asusta el albur, si me otorgas tu confianza, si me nombras tu guía jacobeo— vamos a hacer juntos: gritar a pleno pulmón, y de la mano, ¡ultreya!, ir más allá de lo evidente, de lo patente, hurgar en la atiborrada trastienda del Camino de Santiago, buscar (y, a ser posible, encontrar heterodoxias en los cajones y rincones del almario de la ortodoxia, practicar liturgias y teurgias equívocas, departir con meigas, charlar con monjes giróvagos, trasnochar en compañía de templarios, jugar a los naipes del tarot con alquimistas, leer el libro del firmamento para descifrar sus letras, soñar con el Grial, mirarlo todo con las pupilas de aquel que en los molinos veía gigantes y ejércitos en los rebaños, y sobre todo, por supuesto, hacer camino al andar, que de eso, en definitiva, se trata y eso es también lo que, al alimón, compenetrándose, complementándose, nos sugieren la ortodoxia y la heterodoxia.
Pero no cualquier camino, compañero de viaje (y es de esperar que también de purificación y jubileo), sino ese al que nuestros místicos –Teresa, Juan de la Cruz, Ibn Arabí, el Masarrita, Unamuno– llamaron camino de perfección». Fernando Sánchez Dragó «Escribiste: para Ayanta, desde la lejanía, hacia el no menos lejano horizonte. Unas palabras que hoy cobran su verdadero significado y se convierten en un mensaje escrito en la vía láctea del camino que compartimos. Que recorrimos juntos. Con todo el amor que podía cabernos en el pecho». Ayanta Barilli, escritora. «Mi abuelo es… era Indiana Jones, un aventurero de verdad, un alpinista urbano, un marciano en España, un torero japonés. Un español mágico. Un madrileño pijo que quería ser Mowgli o Robinson Crusoe. Y que lo fue. Mi abuelo se llamaba Fernando, pero para mí ese nombre no significa nada. Prefiero abuelo o Dragó, su apellido, porque era un dragón, porque ardía». Mario Prennushi
Fernando Sánchez Dragó arremete contra todo y contra todos en este libro, que escribe desde el enfado más monumental. Al autor le ha pasado algo con lo que muchos españoles van a identificarse: está harto de España. Está harto de vivir en un país de gente sin educación, donde la envidia es el pecado nacional, cunde la mala leche y los sinvergüenzas campan a sus anchas. Es un país, nos cuenta Dragó, que ha pasado en pocos años de la España Mágica a la España Hortera, en el que los pícaros y ladrones se convierten en estrellas de televisión y la honradez se ha convertido en un defecto. Frente a todo ello, Dragó pide un rearme de valores, hace una apelación a esa España que se ha convertido en un continente sumergido, a ese país abierto, respetuoso y jovial que, si se rasca un poco la superficie, sigue allí, como la patria secreta de los españoles.